El
título es una cita de Charles Bukowski
que forma parte de “La enfermedad de escribir”, un libro que recoge multitud de
cartas donde habla sobre una vocación inquebrantable, la de escribir como
necesidad.
A
los 34 años ya miraba al futuro con vocación de resistencia: “Si no triunfo
antes de los 60, me daré un plazo de 10 años”. A los 70 ya había triunfado,
pero seguía pensando como cuando no tenía apenas para comer: “Más de una vez he
dicho que escribir es una enfermedad. Me alegro de haberme contagiado”.
A
los 70 años Bukowski recuerda una vez que estaba en Atlanta, muriéndose de
hambre y frío en una casucha: “El suelo estaba cubierto de periódicos. Encontré
la punta de un lápiz y escribí en los bordes blancos de los periódicos con
aquella punta de lápiz, sabiendo que nadie leería mis palabras. Era una
enfermedad. No lo planeaba ni era parte de un movimiento literario. Era y ya
está”. Era necesidad y era verdad. No era poco.
Bukowski
revela sus filias, desde Kafka a Celine,
desde Sherwood Anderson y Gertrude Stein a Saroyan y Fante. Tampoco se priva de
mostrar su fobia por Faulkner: “pura mierda”, pero “mierda inteligente”.
El
autor de “Cartero”, la novela que vomitó tras dejar ese oficio, con casi 50 años, para
dedicarse de lleno a escribir, es en todo momento lo que a muchos nos gustaría
y no nos atrevemos: un deslenguado siempre dispuesto a llamar a las cosas por
su nombre y su apellido, sin paños calientes, sin medias tintas, sin piedad. Bukowski se muestra
mordaz a menudo, tierno a veces, enamorado de la escritura siempre: “Escribir
ha evitado que acabase en un manicomio, suicidándome o matando a alguien. Es mi
droga y la necesito. Ahora. Mañana. Hasta el último aliento”.
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