jueves, 11 de febrero de 2021

“El rechazo fortalece el alma, la mía ya es un mulo”

El título es una  cita de Charles Bukowski que forma parte de “La enfermedad de escribir”, un libro que recoge multitud de cartas donde habla sobre una vocación inquebrantable, la de escribir como necesidad.

A los 34 años ya miraba al futuro con vocación de resistencia: “Si no triunfo antes de los 60, me daré un plazo de 10 años”. A los 70 ya había triunfado, pero seguía pensando como cuando no tenía apenas para comer: “Más de una vez he dicho que escribir es una enfermedad. Me alegro de haberme contagiado”.

A los 70 años Bukowski recuerda una vez que estaba en Atlanta, muriéndose de hambre y frío en una casucha: “El suelo estaba cubierto de periódicos. Encontré la punta de un lápiz y escribí en los bordes blancos de los periódicos con aquella punta de lápiz, sabiendo que nadie leería mis palabras. Era una enfermedad. No lo planeaba ni era parte de un movimiento literario. Era y ya está”. Era necesidad y era verdad. No era poco.

Bukowski revela sus filias, desde Kafka a Celine, desde Sherwood Anderson y Gertrude Stein a Saroyan y Fante. Tampoco se priva de mostrar su fobia por Faulkner: “pura mierda”, pero “mierda inteligente”.

El autor de “Cartero”, la novela que vomitó tras dejar ese oficio, con casi 50 años, para dedicarse de lleno a escribir, es en todo momento lo que a muchos nos gustaría y no nos atrevemos: un deslenguado siempre dispuesto a llamar a las cosas por su nombre y su apellido, sin paños calientes, sin medias tintas, sin piedad. Bukowski se muestra mordaz a menudo, tierno a veces, enamorado de la escritura siempre: “Escribir ha evitado que acabase en un manicomio, suicidándome o matando a alguien. Es mi droga y la necesito. Ahora. Mañana. Hasta el último aliento”.


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