No hace falta un libro muy extenso para transmitir una
marejada de emociones. Hay multitud de ejemplos posibles: La metamorfosis, Veinticuatro horas en la
vida de una mujer, Aura, De ratones y hombres, Bartleby el escribiente, Fosco,
El astillero, Dos letters. Podría citar un centenar de títulos con
facilidad, un centenar de novelas cortas que han encontrado y mantienen un
espacio preferente en mi memoria. Lo que desde luego no podría hacer es el prodigio de compresión
que ha logrado José María García Hernández en El
Micromerón: cien historias cortas, cien comprimidos con las más
diversas emociones en poco más de cien páginas.
El último libro de Ediciones
de la Discreta, que el autor presentó en la Casa de Fieras del Retiro
bien acompañado por Juan Pedro Aparicio y Emilio Gavilanes –dos grandes autores de historias emocionantes–, es el Decamerón de los tiempos que corren, los de la
hiperconectividad.
Los soportes cambian, por momentos lo hacen a ritmos
vertiginosos, pero la necesidad de emocionarnos permanece y los autores capaces
de provocarnos emociones siguen existiendo. A lo largo de diez jornadas, los
microrrelatos de García Hernández nos trasladan del remoto pasado al probable
futuro, del agradable sueño a la horrible pesadilla, de la ficción científica a
la sórdida realidad. Del humor gamberro, negro negrísimo, podemos saltar al
cuento de hadas, la carcajada jovial o amarga nos lleva, en la hoja siguiente, a la
reflexión metafísica.
Resisto la tentación a reproducir alguno de los
microrrelatos, con extensiones que van desde apenas tres líneas a poco más de
una carilla, porque sería una pista equívoca. Cada historia es un mundo
diferente, capaz de provocarnos una risa sana o un trago amargo, sonreír o
pensar sobre la amplísima variedad de emociones que pueden ocultarse bajo unas
pocas pero muy bien escogidas palabras. Nadie debería privarse de semejante
degustación.