No
puedo disfrutar del buen tiempo que tenemos porque no es normal en esta época
del año, porque no puede augurar nada bueno (ni los treinta grados ni la nieve).
Se lo escuché decir a un buen amigo en los primeros días de esta primavera que
se presentó como verano. No puedo dejar de compartir su temor. Salvo que seamos
o aspiremos a ser seguidores o teloneros de quienes niegan cualquier aviso de
cambio climático, el atípico buen tiempo solo puede ser percibido como una
amenaza cada vez más inminente.
La
Agencia Estatal de Meteorología lo acaba de poner negro sobre blanco. Durante
los últimos cuarenta años, el verano en España, también en Brumoso, ha crecido
40 días. Cada diez años, hemos conseguido diez días de verano más. Cada año que
pasa, tenemos como regalo un día más de verano. ¿Debemos alegrarnos?
El
capitalismo salvaje, empeñado en tildar como negativo todo aquello que no sea
crecimiento económico continuado, nos conduce hacia el gran desastre, con el
impagable concurso de políticos negacionistas como Trump, Rajoy (bajo la
influencia de su científico primo) o tantos otros que no quieren enterarse del
calentamiento global ni de sus desastrosas consecuencias porque otra forma de
ver menos ciega molestaría a los poderes económicos a los que se someten y
someten a los ciudadanos.
Ante
la sordera de los poderes económicos y políticos (el asunto tampoco apareció como
principal en los debates de la actual campaña), cabe pensar si debemos buscar
la alianza de quienes puedan escucharnos y hacernos caso. La gente puede y debe
hacer algo para evitar la hecatombe. Consumir menos puede ser un paso
importante. Menos plástico, desde luego, pero también menos comida, menos ropa,
menos recursos energéticos no renovables. Sirvámonos del viento y del sol, que
ha quedado libre de impuestos (al menos de momento) y cada vez calienta más.
Rebajemos la demanda para rebajar la producción.
Me
pregunto si no debemos incluso apostar por la reducción de la natalidad, al
menos temporalmente, como último recurso para reducir nuestras exigencias al
planeta que habitamos. Me respondo que sí. Queridas hijas, queridos hijos, jóvenes
todos: mientras no veáis que los poderes económicos y políticos actúan con
mayor responsabilidad, mientras no observéis la aplicación de medidas
orientadas a garantizar la sostenibilidad de los recursos del mundo que compartimos,
ni se os ocurra tener hijos. Si no existen garantías, ni siquiera esperanza de
que puedan conocer, mucho menos disfrutar, las maravillas que este mundo
agonizante nos ofrece, ¿no sería una irresponsabilidad convocarles?
¿Qué
más podemos hacer para tratar de posponer, para evitar un temprano apocalipsis?
Se me ocurren algunas cosas como localizar los lugares donde hay, donde hubo
manantiales. Algunas especies de simios saben localizar agua debajo de la arena,
en zonas desérticas. No seamos menos supervivientes. Mientras sepamos localizar
agua tendremos esperanza de vida.
Y en
las elecciones, votemos al menos malo. Todos mienten, pero si se lee entre
líneas, las diferencias salen a relucir.