martes, 22 de marzo de 2022

Era una rosa

Este desorden/ de pétalos caídos/ era una rosa. Lo que precede es el haiku que da título a uno de los últimos libros de Emilio Gavilanes, que es narrador y poeta desde una atalaya que tan pronto nos guía a ras de suelo como en el cielo, hoy o hace cientos de años. Un mirador móvil que le permite ser observador minucioso de la realidad, de la historia, del paso del tiempo. Y compartir lo que ve, lo que siente, con transparencia y emoción.

Esa composición inicial es muestra fiel del espíritu del libro, de su contenido. Los pétalos esparcidos de la rosa nos muestran la rosa que fue, nos permiten asistir fugazmente a la plenitud de la hermosa flor, como la foto de una anciana nos revela la hermosura de la juventud, todavía visible debajo de las arrugas. Y no es necesariamente un lamento, es la constatación del inexorable paso del tiempo.

En ocasiones, el deslumbramiento es inherente a la transformación más sorprendente y conocida, la metamorfosis: La mariposa / vuela por tierras / por las que se arrastró. El paso del tiempo está igualmente presente en otras piezas que nos abren, a la vez, los ojos y la mente: Repara la abuela: / también su muñeca / tiene ochenta años.

El ciclo de la vida y la muerte, tan presente en la naturaleza, es también protagonista importante de este libro tan delicado en su presentación como profundo en su contenido. Todos los años / las hierbas del cementerio / resucitan. O a la inversa: “La hierba que brotó / en el tiesto abandonado / también está seca. O la paradoja que presenta el instinto, el mandato de vivir, crecer, germinar, que se atreve a desafiar a la muerte: Ignoran las flores / que la rama en que crecen / la arrancó el viento. ¿Quién no ha visto un ejemplo tras una poda a destiempo?

Este libro no es para quienes valoran la mercancía al peso de papel o al número de palabras. Este libro es para quienes saben apreciar el poder evocador de las palabras, su llamada hacia la relectura, la reflexión, el goce más íntimo. Cada breve composición tiene poder para desencadenar un torrente de imágenes, un aluvión de percepciones, un remolino de viento que nos ayuda a recordar lo que creímos olvidado, a ver lo que nunca antes habíamos visto.

Los haikus de Emilio Gavilanes muestran el camino para asomarse al territorio mágico de la poesía, ayudan incluso a quienes, como yo, a menudo se han sentido incapaces de explorarlo en profundidad. Caminar por entre las líneas de Era una rosa habilita para sorprenderse y emocionarse ante esta ristra de esta piedras preciosas. Son fogonazos que deslumbran de inmediato o que nos hacen pensar para deslumbrarnos después. A veces nos hacen un guiño humorístico ­-“Sobre el arcén, / en la sombra del coche, / viaja mi sombra”-, a veces nos resumen una tragedia: “Cocina el preso. / Con esas mismas manos / mató a su padre”.