De Arsuaga comencé a oír hablar, a través de los medios de comunicación, al mismo tiempo que de Atapuerca, el gran yacimiento español para contribuir a que el mundo conozca mejor a sus antepasados. Mi inclinación por la evasión me ha llevado a leer -también en los periódicos- y escuchar -Ser- a menudo a Millás. A Arsuaga, poco o nada.
Ahora he podido gozar con su UTE (unión temporal de empresas) intelectual para hacernos comprender un poco mejor de donde venimos, donde estamos, que somos e, incluso, adónde nos dirigimos. En La vida contada por un sapiens a un neandertal, Millás y Arsuaga nos facilitan una inmersión en la ciencia sin hacernos renunciar al entretenimiento ni a la diversión. Nos llevan del Valle Secreto a La Covaciella, de un puesto de frutas en el mercado a un sex shop regentado por una dependienta muy instruida, de una juguetería al cementerio de La Almudena.
Arsuaga goza tanto enseñando que inventa aventuras fantásticas para convertir la lección más árida en inolvidable. ¿Me sigues? Imposible no seguirle. Millás se nos presenta como un alumno a veces tocapelotas, a veces caprichoso pero siempre curioso, siempre predispuesto a asombrarse y aprender.
Salimos de este viaje con la mente más abierta, sabiendo que somos una especie autodomesticada, que aprendimos a dar la espalda a la naturaleza y que quizá debamos volver a darle la cara. Comprobamos que un niño de tres años dispone ya de una teoría de la mente y, por tanto, es capaz de intentar engañar a un adulto si le conviene. Que somos mutantes capaces de digerir la lactosa y que somos también hijos del fuego. Nos avergonzamos al saber que la tumba de Ramón y Cajal -"el autor más citado de la ciencia mundial en las revistas científicas, mucho más que Newton"- está semi abandonada. Y aprendemos a diferenciar entre longevidad y esperanza de vida. ¿O tal vez no?
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