Años después de
escribir Tortilla Flat, De ratones y
hombres, Las Uvas de la ira o La perla, dos años antes de recibir el
Nóbel de Literatura, en 1960 John Steinbeck se propuso la ambiciosa tarea de alcanzar
un conocimiento global sobre su país, los Estados Unidos de América,
recorriéndolo a lomos de Rocinante,
su autocaravana, con la única compañía de su caniche Charley como fiel escudero.
Quien eligió ser el portavoz
de los desheredados a través de la monumental epopeya protagonizada por Tom
Joad, siente de nuevo debilidad por acercarse a los colectivos de migrantes, en
este caso los temporeros que bajan desde Canadá para recolectar patatas en el
estado de Maine, y es ahí donde Steinbeck tiene uno de sus encuentros más dichosos,
durante los tres meses que dura su aventura.
Además de preguntarse por
las raíces de quienes viven a bordo de casas rodantes para poder rehacer su
vida con mayor facilidad cuando un trabajo se acaba y es necesario desplazarse,
el autor que decidió quedarse denunciando las injusticias sociales de su país mientras sus
compañeros de generación perdida
buscaban la gloria –a menudo a través de la bebida– en París sufre con su
casa-camión las riadas del tráfico y despotrica contra las trabas que
suponen las fronteras entre estados hasta el punto de declarar que ama a todas
las naciones y odia a todos los gobiernos.
Con todo, lo peor de su
viaje lo encuentra donde temía encontrarlo, en el Sur racista, como testigo de
los insultos que las amas de casa denominadas “animadoras” dedican a una minúscula niñita
negra que llevan en brazo los federales para que pueda ejercitar su derecho a
acudir a una escuela que antes era solo para blancos.
Viajes con Charley lleva
como subtítulo “en Busca de América”. A menudo, a John Steinbeck no le gusta lo
que encuentra. El lector goza con la lavadora que inventa para que su ropa se lave
mientras viaja y celebra la labor del mal encarado buen samaritano que le
resuelve un problema de ruedas en medio de una tormenta infernal. El lector
sufre y enferma cuando el autor siente náuseas. De esas manifestaciones y de
otros contactos con personas profundamente racistas sale el viajero
absolutamente enfermo, tanto que no es capaz de reseñar nada destacable desde
que deja Nueva Orleáns hasta que se pierde entre el tráfico, de vuelta en Nueva
York.
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