Prefiero las canciones ricas
en matices, que solo se van descubriendo en sucesivas audiciones, a las
tonadillas que uno acaba silbando a los pocos segundos. Sospecho que por las
mismas razones prefiero los libros cuyo argumento no se puede contar fácilmente, que uno
tiene que intentar definir por su atmósfera y el poso que nos dejan.
Acabada una lectura, si el poso es favorable, uno a
menudo tiene la tentación de dejar el libro acabado en un lugar accesible. Uno
tiene dificultades para desconectar, teme perder la puerta hacia esa magia que
le ha acompañado. Tenerla localizada asegura poder volver.
La Historia secreta del
mundo de Emilio Gavilanes me ha acompañado durante los últimos meses. No he
sido capaz e colocarla en la estantería, junto con sus otros libros, a la
espera de una posterior revisión. La magia captada en la primera lectura me pedía
mantener cerca su evocadora portada, abierta a escenas siempre memorables.
Como las buenas canciones,
el libro tiene muchos matices, argumentos imposibles de resumir para animar a
otros lectores. Para los amantes de los buenos relatos se pueden recomendar Jack Calder, navegante sin vocación; o La alegría de la guerra; o El grito; o Lo más difícil de una historia es saber dónde empieza; o Ampurdán, final de guerra; o La nieta de Darwin. Y también otros
muchos, tal vez más breves pero no menos iluminadores: Pompeya, Una hoguera, Nieves perpetuas, Viaje por una provincia del
interior, Prados marinos, La pequeña deshollinadora, tantos otros.
Como los bocados que abren
nuestro paladar a nuevos sabores que necesitamos degustar lentamente, como el
café bien hecho que nos pide posponer la limpieza de dientes, los relatos y
microrrelatos de Historia secreta del
mundo piden seguir en nuestra mesita, una nueva lectura. La Historia secreta del mundo es, sin lugar a dudas, un buen libro de cabecera. No me extraña que
el libro esté entre los finalistas del premio Setenil, como lo estuvo hace diez
años El río, otro libro hecho con
madera semejante que también merece ser recordado y releído.
Hasta en sus pasajes más
duros y oscuros, Historia secreta del
mundo es un libro brillante, un libro que, por momentos, deslumbra. Un
libro del que destacaría la humanidad de los personajes, la piedad con la que
el autor nos los presenta, la piedad que destilan. Sin excepciones. Como la mujer
que pretendía entregarse al mar, atada a un ancla, pero que fue agredida y
asesinada momentos antes de que su cuerpo quedase petrificado tras la erupción
del Vesubio: “Mientras moría quizá
tampoco ella quería morir”. Como ese hombre que, en marzo de 1939, tiene
hambre, mucha hambre, ese hombre que roba un bocadillo y acaba “tan trastornado que no recuerda si ha matado
al niño” para conseguirlo. Piedad como la ese mulato al servicio de los
españoles que encuentra a José Martí, el poeta que lucha por la independencia
de Cuba, gravemente herido: “No se apure, don Martí, ya lo termino”. Piedad
incluso para Judas.
PD. Si te gusta el libro, no
conozcas al autor, aconseja un dicho. Emilio Gavilanes es una
excepción. Si os gustan sus libros y tenéis oportunidad de conversar con él,
hacedlo. Es como lo que escribe. Entrañable. Si no conocéis el libro, buscadlo en ladiscreta.com. Fácil de conseguir, difícil de olvidar.
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