Hace semanas que me acompaña, de forma insistente, la náusea. Puede ser porque mi estómago se niega a funcionar con normalidad sabiendo que hay, en Gaza, muchos estómagos vacíos y encogidos por el hambre, el miedo a los disparos y las bombas. O porque, pese a todo ello, por momentos puedo comer con buen apetito, puedo entretenerme con cualquier cosa, soy capaz de reír por tonterías.
No puedo seguir en silencio cuando tratan de convencernos
de que las acampadas y manifestaciones universitarias contra el exterminio de
mujeres y niños palestinos son en realidad a favor de los terroristas de Hamas.
El vómito viene a mi boca escuchando a Sémper y compañía.También se asoma
cuando, desde la embajada de Israel, se dice que da alas a Hamas quien asocia a
un genocidio esa realidad ya convertida en rutina. Y cuando una parte del
Gobierno español descalifica a sus voces críticas para reafirmar luego que
Israel es un Estado amigo.
Si lo que ocurre en
Gaza es o no genocidio se determinará cuando no haya remedio (ya es tarde para los millares de inocentes muertos). Aunque los
organismos internacionales digan un día que sí, mentiras repetidas mil veces
concluirán que no, del mismo modo que todavía hoy hay voces que niegan el
Holocausto. Las víctimas de otros tiempos se han transformado en verdugos y la
inacción y el silencio nos convierten a todos en cómplices.
Siento vergüenza de pertenecer a una especie tan inhumana,
que hace méritos para merecer la
extinción. Que reinen las especies que
sólo matan para comer. O los chimpancés, capaces de mostrar con los humanos la
empatía que los humanos estamos perdiendo con nosotros mismos.
No busco “me gusta” ni “likes”. Piar en esta materia es,
como poco, poner la cara para que te califiquen como antisemita y amigo de
terroristas. Solo busco calmar mínimamente mi conciencia, romper mi insoportable silencio "cómplice". Quiero aliviar, si es posible, la náusea.