Este
desorden/ de pétalos caídos/ era una rosa. Lo
que precede es el haiku que
da título a uno de los últimos libros de Emilio Gavilanes, que es narrador y
poeta desde una atalaya que tan pronto nos guía a ras de suelo como en el cielo,
hoy o hace cientos de años. Un mirador móvil que le permite ser observador
minucioso de la realidad, de la historia, del paso del tiempo. Y compartir lo que ve, lo que siente, con transparencia y emoción.
Esa composición inicial es muestra fiel del espíritu del
libro, de su contenido. Los pétalos esparcidos de la rosa nos muestran la rosa
que fue, nos permiten asistir fugazmente a la plenitud de la hermosa flor, como
la foto de una anciana nos revela la hermosura de la juventud, todavía visible
debajo de las arrugas. Y no es necesariamente un lamento, es la constatación
del inexorable paso del tiempo.
En ocasiones, el deslumbramiento es inherente a la transformación
más sorprendente y conocida, la metamorfosis: La mariposa / vuela por tierras / por las que se arrastró. El paso
del tiempo está igualmente presente en otras piezas que nos abren, a la vez,
los ojos y la mente: Repara la abuela: /
también su muñeca / tiene ochenta años.
El ciclo de la vida y
la muerte, tan presente en la naturaleza, es también protagonista importante de
este libro tan delicado en su presentación como profundo en su contenido. Todos los años / las hierbas del cementerio
/ resucitan. O a la inversa: “La
hierba que brotó / en el tiesto abandonado / también está seca. O la
paradoja que presenta el instinto, el mandato de vivir, crecer, germinar, que
se atreve a desafiar a la muerte: Ignoran
las flores / que la rama en que crecen / la arrancó el viento. ¿Quién no ha
visto un ejemplo tras una poda a destiempo?
Este libro no es para
quienes valoran la mercancía al peso de papel o al número de palabras. Este
libro es para quienes saben apreciar el poder evocador de las palabras, su
llamada hacia la relectura, la reflexión, el goce más íntimo. Cada breve
composición tiene poder para desencadenar un torrente de imágenes, un aluvión
de percepciones, un remolino de viento que nos ayuda a recordar lo que creímos
olvidado, a ver lo que nunca antes habíamos visto.
Los haikus de Emilio
Gavilanes muestran el camino para asomarse al territorio mágico de la poesía, ayudan
incluso a quienes, como yo, a menudo se han sentido incapaces de explorarlo en
profundidad. Caminar por entre las líneas de Era una rosa habilita para sorprenderse y emocionarse ante esta
ristra de esta piedras preciosas. Son fogonazos que deslumbran de
inmediato o que nos hacen pensar para deslumbrarnos después. A veces nos hacen
un guiño humorístico -“Sobre el arcén, /
en la sombra del coche, / viaja mi sombra”-, a veces nos resumen una
tragedia: “Cocina el preso. / Con esas
mismas manos / mató a su padre”.
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