sábado, 23 de enero de 2016

La estrategia de los tramposos

Un calculado paso atrás, para coger impulso o para mantener al menos las constantes vitales. Un obligado paso adelante, porque detrás hay un precipicio, seguido de un plante ante un desplante. Un sorprendente salto, una voltereta de malabarista que acaba con brazos abiertos y manos hacia arriba, como pidiendo aplauso. El de la política sería un juego entretenido –de ajedrez, de tronos, de poker o de simple parchís– si no fuera porque millones de personas están precisadas de soluciones que, a corto plazo, no llegarán. Porque los principales actores transmiten la impresión de que el juego es lo que les gusta, que les importa más que las soluciones para las personas. Un juego nunca centrado en buscar acuerdos y consensos, una estrategia de tramposos que busca debilitar al adversario, tomar ventaja, en el presente o con miras en el futuro. ¿Lealtad? ¿Qué es eso? Lo que importa es el juego. Hasta que llegue la hora de sacar de nuevo las urnas. Entonces, tal vez sea la abstención la que gane el juego. Pero la abstención tampoco tendrá apoyos suficientes para presidir el Gobierno, tampoco podrá aportar soluciones para los problemas de las personas. La legión de los indignados, eso sí, no dejará de crecer.