Un
calculado paso atrás, para coger impulso o para mantener al menos las
constantes vitales. Un obligado paso adelante, porque detrás hay un precipicio,
seguido de un plante ante un desplante. Un sorprendente salto, una voltereta de
malabarista que acaba con brazos abiertos y manos hacia arriba, como pidiendo
aplauso. El de la política sería un juego entretenido –de ajedrez, de tronos,
de poker o de simple parchís– si no fuera porque millones de personas están
precisadas de soluciones que, a corto plazo, no llegarán. Porque los
principales actores transmiten la impresión de que el juego es lo que les
gusta, que les importa más que las soluciones para las personas. Un juego nunca
centrado en buscar acuerdos y consensos, una estrategia de tramposos que busca
debilitar al adversario, tomar ventaja, en el presente o con miras en el
futuro. ¿Lealtad? ¿Qué es eso? Lo que importa es el juego. Hasta que llegue la
hora de sacar de nuevo las urnas. Entonces, tal vez sea la abstención la que
gane el juego. Pero la abstención tampoco tendrá apoyos suficientes para
presidir el Gobierno, tampoco podrá aportar soluciones para los problemas de
las personas. La legión de los indignados, eso sí, no dejará de crecer.
sábado, 23 de enero de 2016
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