domingo, 7 de junio de 2020

El “Bazar” y las sorpresas de Emilio Gavilanes

Como el de Lubitsch, el “Bazar” de Emilio Gavilanes está lleno de sorpresas y de inesperadas emociones. El libro de Ediciones de la Discreta nos muestra una vez más la enorme capacidad del autor para maravillarnos con sus revelaciones sobre el paso del tiempo, el sentido de la vida (“Dentro de ti está lo más valioso que buscas para ser feliz, pero deberás recorrer el mundo entero para descubrirlo”), la memoria, los sueños (“son consejos no pedidos dados por un desconocido que siente compasión por nosotros”), la bondad o, también, la perversidad.
El autor de “Bazar” se atreve a presentarnos una especie de radiografía del género humano con apreciaciones que obligan (sin coacción) a pensar: “La gente más severa con los demás es muy indulgente consigo misma”. Que mueven a la reflexión más profunda: “Uno nace en el momento en que, tras haber estado desesperado por primera vez en su vida, lo supera”. Que animan a la reinvención: “Sufrir no es bueno, pero haber sufrido sí. Te mejora, te hace comprensivo y compasivo”. Que nos reconfortan, por la piedad que destilan: “No puedo evitar ver a los adultos como niños que tratan de consolar a otros niños más pequeños”.
Tan filosófico como narrativo (el libro incluye relatos y microrrelatos modélicos, capaces de concentrar toda la crueldad y toda la belleza del mundo), el “Bazar” de Gavilanes nos sorprende tanto con su capacidad de observación (los restos abandonados de un melón revelan los dientes que le faltan a quien lo comió) como con su peculiar sentido del humor (“Creo que la vida acabará bien. Todos tendremos una recompensa: nunca se nos volverá a molestar”). Nos lleva del humor al amor, pasando por el dolor.
En Bazar también encontramos toda una teoría literaria adecuada a la generalidad de los lectores. Aprendemos a conocer la importancia de lo indirecto, lo lateral, lo oblicuo. Descubrimos que “la literatura es la línea que separa el sinsentido del sentido. La bufanda que nos protege del frío existencial”. Aunque acabemos siendo conscientes de que “lo difícil es escribir lo que quieres escribir”, aunque se nos confiese que “lo más fácil es acabar escribiendo otra cosa”.
Emilio Gavilanes concede una vez más una gran importancia a la memoria. En este caso, otorga especial relevancia a la memoria de la madre, que tuvo su primera muñeca cuando era muy mayor pero que, mucho antes de eso, hacía milagros como convertir un hilo que no servía ni para atar en una prenda usable.
Personalmente, la forma de crear del autor de “Bazar” me remite a los antiguos telares que había en muchas casas del medio rural. Las mujeres iban guardando tiras de prendas que se habían roto, que no eran usables, y cuando reunían suficientes retales tejían unas mantas multicolores que alegraban la vista de los niños y hacían presumir a los mayores, porque solían adornar, convenientemente dobladas, las monturas de quienes iban a la feria o a la romería. Las “farrapas”, literalmente hechas de harapos, eran tan hermosas que resultarían pintiparadas para lucir como primeros productos de la nueva economía circular. “Bazar” es la “farrapa” que me arropó durante el prolongado confinamiento, la “agarimosa” bufanda que todo el mundo debería tener a mano. Gavilanes no trabaja con hilos ni con harapos de ropa, lo hace con palabras que, en sus manos, se convierten en tejidos mágicos, nuevos, cálidos, confortadores.