miércoles, 24 de abril de 2019

Queridos hijos: ni se os ocurra tener hijos


No puedo disfrutar del buen tiempo que tenemos porque no es normal en esta época del año, porque no puede augurar nada bueno (ni los treinta grados ni la nieve). Se lo escuché decir a un buen amigo en los primeros días de esta primavera que se presentó como verano. No puedo dejar de compartir su temor. Salvo que seamos o aspiremos a ser seguidores o teloneros de quienes niegan cualquier aviso de cambio climático, el atípico buen tiempo solo puede ser percibido como una amenaza cada vez más inminente.

La Agencia Estatal de Meteorología lo acaba de poner negro sobre blanco. Durante los últimos cuarenta años, el verano en España, también en Brumoso, ha crecido 40 días. Cada diez años, hemos conseguido diez días de verano más. Cada año que pasa, tenemos como regalo un día más de verano. ¿Debemos alegrarnos?

El capitalismo salvaje, empeñado en tildar como negativo todo aquello que no sea crecimiento económico continuado, nos conduce hacia el gran desastre, con el impagable concurso de políticos negacionistas como Trump, Rajoy (bajo la influencia de su científico primo) o tantos otros que no quieren enterarse del calentamiento global ni de sus desastrosas consecuencias porque otra forma de ver menos ciega molestaría a los poderes económicos a los que se someten y someten a los ciudadanos.

Ante la sordera de los poderes económicos y políticos (el asunto tampoco apareció como principal en los debates de la actual campaña), cabe pensar si debemos buscar la alianza de quienes puedan escucharnos y hacernos caso. La gente puede y debe hacer algo para evitar la hecatombe. Consumir menos puede ser un paso importante. Menos plástico, desde luego, pero también menos comida, menos ropa, menos recursos energéticos no renovables. Sirvámonos del viento y del sol, que ha quedado libre de impuestos (al menos de momento) y cada vez calienta más. Rebajemos la demanda para rebajar la producción.

Me pregunto si no debemos incluso apostar por la reducción de la natalidad, al menos temporalmente, como último recurso para reducir nuestras exigencias al planeta que habitamos. Me respondo que sí. Queridas hijas, queridos hijos, jóvenes todos: mientras no veáis que los poderes económicos y políticos actúan con mayor responsabilidad, mientras no observéis la aplicación de medidas orientadas a garantizar la sostenibilidad de los recursos del mundo que compartimos, ni se os ocurra tener hijos. Si no existen garantías, ni siquiera esperanza de que puedan conocer, mucho menos disfrutar, las maravillas que este mundo agonizante nos ofrece, ¿no sería una irresponsabilidad convocarles?

¿Qué más podemos hacer para tratar de posponer, para evitar un temprano apocalipsis? Se me ocurren algunas cosas como localizar los lugares donde hay, donde hubo manantiales. Algunas especies de simios saben localizar agua debajo de la arena, en zonas desérticas. No seamos menos supervivientes. Mientras sepamos localizar agua tendremos esperanza de vida.

Y en las elecciones, votemos al menos malo. Todos mienten, pero si se lee entre líneas, las diferencias salen a relucir.