viernes, 5 de febrero de 2021

Soñei que a Terra tiña saudade da xeografía do xurásico

Soñei que a Terra estaba enfastiada de ver morrer persoas no Mediterráneo. 

Soñei que a Terra tiña saudade da xeografía do xurásico, Panxea. 

Soñei que a Terra decidía acelerar o movemento para reunificar continentes, para facilitar o paso do terceiro mundo cara ó primeiro, co ilusorio desexo de conseguir un segundo mundo, un único mundo menos insolidario, menos inxusto.

Cando espertei había terremotos no sur de España, se cadra tamén no norte de África.

sábado, 23 de enero de 2021

De dónde venimos, quienes somos y adónde vamos

Viajo con Millás desde 1977, año en que leí Visión del ahogado, una novela inquietante que se colaba entre mis lecturas de consagrados como Delibes, Cela, Torrente, García Márquez o Sender. Creo que, desde entonces, ha sabido crecer en su empeño por revelarnos caras oscuras de la realidad incorporando además saludables dosis de buen humor, a veces negro, a veces solo sano y desenfadado cachondeo. Y, entre otras cosas, me ha demostrado algo que creía imposible, que es posible ganar el premio Planeta con una gran novela: El mundo es la prueba.

De Arsuaga comencé a oír hablar, a través de los medios de comunicación, al mismo tiempo que de Atapuerca, el gran yacimiento español para contribuir a que el mundo conozca mejor a sus antepasados. Mi inclinación por la evasión me ha llevado a leer -también en los periódicos- y escuchar -Ser- a menudo a Millás. A Arsuaga, poco o nada.

Ahora he podido gozar con su UTE (unión temporal de empresas) intelectual para hacernos comprender un poco mejor de donde venimos, donde estamos, que somos e, incluso, adónde nos dirigimos. En La vida contada por un sapiens a un neandertal, Millás y Arsuaga nos facilitan una inmersión en la ciencia sin hacernos renunciar al entretenimiento ni a la diversión. Nos llevan del Valle Secreto a La Covaciella, de un puesto de frutas en el mercado a un sex shop regentado por una dependienta muy instruida, de una juguetería al cementerio de La Almudena.

Arsuaga goza tanto enseñando que inventa aventuras fantásticas para convertir la lección más árida en inolvidable. ¿Me sigues? Imposible no seguirle. Millás se nos presenta como un alumno a veces tocapelotas, a veces caprichoso pero siempre curioso, siempre predispuesto a asombrarse y aprender. 

Salimos de este viaje con la mente más abierta, sabiendo que somos una especie autodomesticada, que aprendimos a dar la espalda a la naturaleza y que quizá debamos volver a darle la cara. Comprobamos que un niño de tres años dispone ya de una teoría de la mente y, por tanto, es capaz de intentar engañar a un adulto si le conviene. Que somos mutantes capaces de digerir la lactosa y que somos también hijos del fuego. Nos avergonzamos al saber que la tumba de Ramón y Cajal -"el autor  más citado de la ciencia mundial en las revistas científicas, mucho más que Newton"- está semi abandonada. Y aprendemos a diferenciar entre longevidad y esperanza de vida. ¿O tal vez no?

viernes, 15 de enero de 2021

“Viaje al fin de la noche" y atragántese

Es una anciana pero resulta rabiosamente actual. Es lo primero que se me ocurre para definir “Viaje al fin de la noche”, la gran novela de Louis Ferdinand Céline. Publicada en 1932. Esta novela, que busca ser cualquier cosa menos complaciente, podría haber sido publicada ahora, pero tiene un largo recorrido, y lo que le queda. Es lo que ocurre con los clásicos, que no pasan de moda aunque parezcan muy modernos. Está conmigo desde mis tiempos de estudiante, desde que Edhasa la publicó en 1983. Pese a ser consciente de su fama, del reconocimiento que tiene en la historia de la literatura contemporánea, he tardado 38 años en ponerme y  varias semanas –¿quizás meses?- en acabar de leerla. No la devoré porque es un libro que requiere lenta digestión. Tiene argumento, tiene una historia, el recorrido del antihéroe protagonista desde la locura de la primera guerra mundial en Europa a la locura personal, desde la historia del colonialismo europeo en África a la revolución industrial en Estados Unidos, antes de la vuelta a Francia. Pero Viaje al fin de la noche tiene, sobre todo, mucha miga -con clavos- en todas y cada una de sus páginas. En las novelas voluminosas suele haber grandes meandros de relleno. Salvando excepciones loables como El Quijote, que reúne muchas grandes y pequeñas novelas. La gran novela de Céline es otra de las excepciones que pueden confirmar la regla. Uno viaja siempre con la tentación de subrayar, de recoger citas para recordar, hasta caer en la cuenta de que el cuaderno de notas tendría que ser tan grueso como el libro. Imposible destacar pasajes o momentos, pero si he de quedarme con alguna cita, me quedaría con ésta: “Tiene piedad, la gente, de los inválidos y los viejos y se puede decir que tienen amor en reserva. Yo lo había sentido muchas veces, el amor en reserva. Hay la tira. No se puede negar. Sólo que es una pena que siga siendo tan cabrona, la gente, con tanto amor en reserva. No sale, y se acabó. Se les queda ahí dentro, no les sirve de nada. Revientan, de amor, dentro”.

He tardado en zambullirme en el “Viaje al fin de la noche”. Temo que no volveré a leerlo, como hago con libros de Kafka, Faulkner, Steinbeck, García Mázquez, Torrente o Delibes. Pero estoy seguro de que volveré a abrirlo para atragantarme con las incómodas verdades que yacen, muy vivas –sobre todo en estos tiempos oscuros-, sobre sus páginas.

El libro en el que ando embarcado ahora, “La enfermedad de escribir”, de Charles Bukowski, me devuelve al origen. El último poeta maldito revela en una carta a Henry Miller que le acaban de regalar “Viaje al fin de la noche”. Dice que le ponen enfermo la mayoría de los escritores porque “sus palabras no llegan ni al papel, pero Céline hizo que me avergonzara del pésimo escritor que soy”. Más adelante, insiste: “Céline, Céline, dios mío, Céline, ¿cómo es posible que haya existido un hombre así?"


domingo, 7 de junio de 2020

El “Bazar” y las sorpresas de Emilio Gavilanes

Como el de Lubitsch, el “Bazar” de Emilio Gavilanes está lleno de sorpresas y de inesperadas emociones. El libro de Ediciones de la Discreta nos muestra una vez más la enorme capacidad del autor para maravillarnos con sus revelaciones sobre el paso del tiempo, el sentido de la vida (“Dentro de ti está lo más valioso que buscas para ser feliz, pero deberás recorrer el mundo entero para descubrirlo”), la memoria, los sueños (“son consejos no pedidos dados por un desconocido que siente compasión por nosotros”), la bondad o, también, la perversidad.
El autor de “Bazar” se atreve a presentarnos una especie de radiografía del género humano con apreciaciones que obligan (sin coacción) a pensar: “La gente más severa con los demás es muy indulgente consigo misma”. Que mueven a la reflexión más profunda: “Uno nace en el momento en que, tras haber estado desesperado por primera vez en su vida, lo supera”. Que animan a la reinvención: “Sufrir no es bueno, pero haber sufrido sí. Te mejora, te hace comprensivo y compasivo”. Que nos reconfortan, por la piedad que destilan: “No puedo evitar ver a los adultos como niños que tratan de consolar a otros niños más pequeños”.
Tan filosófico como narrativo (el libro incluye relatos y microrrelatos modélicos, capaces de concentrar toda la crueldad y toda la belleza del mundo), el “Bazar” de Gavilanes nos sorprende tanto con su capacidad de observación (los restos abandonados de un melón revelan los dientes que le faltan a quien lo comió) como con su peculiar sentido del humor (“Creo que la vida acabará bien. Todos tendremos una recompensa: nunca se nos volverá a molestar”). Nos lleva del humor al amor, pasando por el dolor.
En Bazar también encontramos toda una teoría literaria adecuada a la generalidad de los lectores. Aprendemos a conocer la importancia de lo indirecto, lo lateral, lo oblicuo. Descubrimos que “la literatura es la línea que separa el sinsentido del sentido. La bufanda que nos protege del frío existencial”. Aunque acabemos siendo conscientes de que “lo difícil es escribir lo que quieres escribir”, aunque se nos confiese que “lo más fácil es acabar escribiendo otra cosa”.
Emilio Gavilanes concede una vez más una gran importancia a la memoria. En este caso, otorga especial relevancia a la memoria de la madre, que tuvo su primera muñeca cuando era muy mayor pero que, mucho antes de eso, hacía milagros como convertir un hilo que no servía ni para atar en una prenda usable.
Personalmente, la forma de crear del autor de “Bazar” me remite a los antiguos telares que había en muchas casas del medio rural. Las mujeres iban guardando tiras de prendas que se habían roto, que no eran usables, y cuando reunían suficientes retales tejían unas mantas multicolores que alegraban la vista de los niños y hacían presumir a los mayores, porque solían adornar, convenientemente dobladas, las monturas de quienes iban a la feria o a la romería. Las “farrapas”, literalmente hechas de harapos, eran tan hermosas que resultarían pintiparadas para lucir como primeros productos de la nueva economía circular. “Bazar” es la “farrapa” que me arropó durante el prolongado confinamiento, la “agarimosa” bufanda que todo el mundo debería tener a mano. Gavilanes no trabaja con hilos ni con harapos de ropa, lo hace con palabras que, en sus manos, se convierten en tejidos mágicos, nuevos, cálidos, confortadores.

viernes, 27 de marzo de 2020

Bazar: no puedo esperar


Me sumerjo en "Bazar" (Emilio Gavilanes, Ediciones de la Discreta) y alcanzo el cajoncito (página ) con el número 50 casi sin darme cuenta.
Me detengo.
Entrañable y emocionante, como siempre.
Reconfortante, como nunca.
Necesario.
Me detengo con cierta sensación de culpa. Siento la tentación de dosificar la lectura para que me dure hasta el fin del confinamiento.
No creo que pueda.
Además, la relectura sin duda traerá nuevos descubrimientos, perlas ocultas a primera vista.
Seguiré.
Lo necesito.

martes, 17 de septiembre de 2019

Presunto asasino



 Por moito que os novos salvapatrias prediquen contra expresións como violencia  de xénero, por moito que queiran diluír a verdade e a responsabilidade baixo denominacións  como violencia intrafamiliar, por moito que todos sexamos inocentes mentres non se demostre o contrario, a realidade, as novas de cada día teiman en poñer de manifesto que o home é un presunto culpable e a muller una vítima propiciatoria, unha tras doutra ou de tres en tres.

Mentres non exista unha educación non sexista e igualitaria desde a base, desde os primeiros anos, mentres os homes (e algunhas mulleres mal-educadas) non poñamos couto ás actitudes machistas que observamos un día si e outro tamén, mentres non rexeitemos bromas de mal gusto neste ámbito estaremos correndo un risco importante de que sexa necesaria una revisión normativa drástica, non  das clases de violencia dentro das casas senón na clasificación de xéneros. Iso si, en esencia seguirían a ser dous: feminino e presunto asasino.

miércoles, 19 de junio de 2019

Camiñar, cantar, berrar, e non estar louco



Xa estou un pouco máis tranquilo. Se cadra, non estou louco, inda que me dea por dar voces ou cantar cando subo ó alto dun lombeiro.  Cando toca dar voces, dou voces. Cando toca cantar, vénseme  á gorxa a adptación musical que Enrique Morente fixo sobre o poema que Miguel Hérnandez titulou "Sentado sobre los muertos"

No alto do lombeiro, dou voces ou cando estrofas como aquelas que din:

"Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre".

"Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere".

E síntome ben, máis que ben. Sinto euforia. Sinto que canto ben inda que sexa consciente de que canto mal. Ou será que me sinto ben cantando. Da igual que estea só ou en familia, en confianza. Subo ó alto do lombeiro (sea Rechouso ou Ladiario, tanto me ten) e canto. Ou berro, sen máis.

Pero acabo de descubir que polo menos, non son o único que cae nesas arroutadas. En "Elogio del caminar", David Le Bretón parte das experiencias e das opinións de paseantes ilustres como Stevenson e Rousseau para rematar dicindo que para algúns camiñantes o canto ben a ser como un bastón: "un estimulante  para a progresión e un signo de familiaridade, de eloxio ó xenio do lugar".

Así que xa me sinto máis tranquilo. Cando volva subir a un lombeiro, se mo pide o corpo, berrarei coma un tolo. Ou cantarei a Miguel Hernández con música de Morente.